LAS DISCUSIONES Y COMO SOLUCIONARLAS

 "Estamos en el mundo para convivir en armonía.   Quienes no lo saben luchan entre sí". Buda


¿Cómo evitar las discusiones que genera la convivencia? Hay que calmar estos problemas por medio de la reflexión. En primer lugar, conviene plantearse una pregunta: ¿Qué es discutir? 

Entre dos seres humanos en ocasiones se produce un choque de personalidades ("clashing egos"). ¿Cómo objetivizar esta situación de choque o enfrentamiento? Básicamente, hay dos egos que colisionan. ¿Y qué se gana con este choque? Yo diría que mas que ganar se pierde. Además, no pocas veces se discute por pequeñeces. Desgraciadamente, la situación de conflicto acaba amargando la vida a los protagonistas. Con el fin de desactivar esta situación primero hay que soltar las ganas de discutir, esa predisposición anterior a la situación problemática.

Puede suceder que una persona "samsárica" nos meta en problemas o incluso en una depresión, por motivos de peso o quizá por simples nimiedades. No sería extraño: por culpa de una chispa puede arder todo el bosque. Los problemas derivados del conflicto nos están causando muchos quebraderos de cabeza. Esto no puede acabar bien. ¿Por qué razón comienza el conflicto? En parte, porque ninguno de los dos está enfocado hacia el logro de un acuerdo, sino hacia lo contrario: la pelea.

Ambos se culpan o se reprochan mutuamente sus defectos, sus objetivos egoístas o sus presuntas malas intenciones. Los dos han adoptado posturas basadas en el empecinamiento y la contumacia, realizando de este modo una demostración de obstinada irracionalidad. El otro es convertido rápidamente en "oponente", "adversario", "antagonista hostil", o incluso en "mi enemigo".

¿Qué hacer ante tales situaciones? Aconsejo renunciar a la lucha. Toda disputa es una prueba de conducta inmadura. La contienda es causa de tribulaciones sin fin. Nos está quitando la paz. Además, afecta a nuestra convivencia. Si las desavenencias suceden entre amigos o familiares, terminan dañando nuestra vida en general.



Seamos sensatos, por favor. Es posible llegar a un entendimiento por otros medios, sin necesidad de recurrir a las peleas. Si lo meditamos bien, es necesario desprendernos de esos intereses, de esos egos que están en la raíz del problema. Meditando en calma, se pacifican los egos. 

Generamos condiciones adversas por culpa de nuestro ego, de sus intereses o ambiciones, no pocas veces desmesurados. Para empeorar las cosas, intervienen asimismo las emociones negativas, que nublan la mente con sus contaminaciones y que a menudo provocan la aparición de riñas. Emociones perjudiciales como la antipatía, la animadversión, el sentirse ofendido o amenazado, el deseo de venganza, etc.

Si aparecen malentendidos o cualquier clase de conflicto, debemos aclararlos mediante el diálogo con talante positivo o conciliador, como seres sensatos, racionales y civilizados. También sirve de ayuda reflexionar sobre las desventajas de las discusiones, con el fin de impedir el avance de la riña. Mantener la convivencia en términos de paz y armonía es muy importante. Conviene conservarla, alcanzando acuerdos y, a la vez, esquivando conflictos.

Es verdad que podemos encontrar otros amigos si perdemos la amistad con nuestro rival. Pero volvería a suceder lo mismo con el nuevo amigo. Sin conocer bien la patología, no es posible dar con el remedio. La actitud pacífica protege a nuestra mente de semejantes contiendas. Mediante la reflexión no irán a más; menguará la virulencia de la discusión.

Las palabras no tienen el poder de dañarnos. Al fin y a la postre, no son más que palabras. Términos que además proceden de un ego que -según la filosofía de la vacuidad- no es tan consistente como parece. Pensando así estamos dando pasos en la buena dirección. Este tipo de conocimiento es lo que necesitamos si queremos desactivar las discusiones.

Los motivos para discutir nos surgen a todos a lo largo de la vida, en contextos de todo tipo: familiares, laborales, entre amigos o clientes, etc. En esencia, la discusión admite la definición de "choque entre dos egos", una colisión que hace sufrir a ambos. Una vez iniciada la pugna, utilizamos las palabras que más puedan herir a la parte contraria: insultos, faltas de respeto, amenazas, tono duro y hasta agresivo...

Y todo por la ceguera típica del ego. Es urgente quitar hierro a la situación, ya que todo este embrollo nos roba la paz, deteriora la convivencia y, si se prolonga mucho tiempo, podría llegar a dañar nuestra salud. Debemos eliminar el ansia por discutir.

Las peleas, los enfrentamientos no traen ningún beneficio. Reflexionemos con la debida calma y sagacidad. Por culpa de la dichosa discusión hemos perdido la paz completamente. ¿Acaso merecía la pena? Esas sensaciones y sentimientos de inquietud, ganas de discutir, orgullo herido, tensión emocional, disgusto, preocupación porque amenazan mis intereses, sentimientos de haber sido ofendido... todo ello se puede transformar. No cabe duda. Es posible reducir su intensidad a través de la meditación y las reflexiones.



Las distintas clases de disputas y altercados son fuente de innumerables problemas que, por desgracia, pueden durar bastante tiempo. Divorcios problemáticos , herencias difíciles, discusiones familiares, juicios contra vecinos, disputas políticas, denuncias policiales, conflictos entre partidos políticos, desavenencias matrimoniales, contiendas entre naciones, etcétera. Todos estos problemas, aparte de generar tensiones, crean escollos para alcanzar las cosas buenas de la vida. 

Los supuestos beneficios que aportan las discusiones no compensan los problemas que causan. Si las disputas no aportan beneficios ni para uno mismo ni para los demás, ¿para qué nos sirven?, ¿para qué las iniciamos y las mantenemos? Debemos disolver nuestros apegos interiores. En el origen de las discusiones y riñas siempre está el apego. El apego al yo, a nuestros "sagrados" intereses.

"Gestionar" el conflicto, en vez de involucrarse demasiado en él. El uso de la palabra gestionar nos ayuda a distanciarnos del problema y, de algún modo, descargarlo de las fuertes connotaciones emocionales que suelen tener los conflictos. A partir de ahora, ya no discutimos, luchamos o peleamos. Únicamente nos centramos en "gestionar" el conflicto por medio de una serie de recursos o herramientas.

Con las discusiones fuertes, lo único que conseguimos es fracturar la convivencia y hacer daño a nuestros familiares, colegas del trabajo, amigos, otros ciudadanos o vecinos. Esto es inmadurez, por no decir suma irresponsabilidad. Un comportamiento rayano en la insensatez y la falta de raciocinio. Un comportamiento que recuerda a la escena de dos animales combatiendo ferozmente uno contra otro, en medio del campo, usando cuernos, colmillos y pezuñas, con la intención de herir o matar, sólo por intereses egoístas, por enfado. No hay motivo real para desear hacer daño. Podemos (tenemos las herramientas para ello) cambiar esto y pensar de un modo saludable.

Pensemos: ¿qué es lo que estamos sintiendo? ¿Por qué no podemos controlarnos? Nos tomamos muy a pecho las palabras que dice el otro; nos las tomamos como algo personal En realidad, esas palabras no tienen el poder de modificar nuestra vida, talentos o cualidades. Por tanto, no pueden ni deben menoscabar ni un ápice nuestra autoestima. Considera las palabras como simples palabras, sólo aire que sale por la boca. Las palabras pertenecen a quien las dice; no tienen por qué afectarnos tanto. Los insultos, por ejemplo, sobre todo, descalifican a quien los pronuncia. Esas palabras o cualquier otra que se diga en medio de una discusión no tienen ninguna capacidad de hacerse daño, a no ser que las interpretemos de modo negativo.



En caso de que haya cuentas pendientes por aclarar, pues que se aclaren y ya está. Después a seguir adelante. No es conveniente guardar los conflictos no resueltos demasiado tiempo. Si se desata una discusión, se pueden buscar soluciones. Si hay remedio, estupendo. Si no hay remedio, que se le va a hacer. Aceptación de las cosas como son. De este modo, nos unimos a la realidad de la vida. Estaremos gracias a esta actitud más alejados de los conflictos y de las emociones negativas que estos provocan.

¿De qué sirven los conflictos en realidad? ¿Qué utilidad obtenemos de las posiciones enconadas? Desde ningún ángulo encontramos ventajas al choque de egos. Nos restan tranquilidad y desperdiciamos valiosos vínculos familiares, de amistad o trabajo, relaciones de buena vecindad o con clientes, relaciones que tal vez fueron  forjándose a lo largo de mucho tiempo.

A consecuencia de las trifulcas, perdemos el sosiego y la convivencia en buena armonía. Ya no podemos seguir disfrutando de la amistad genuina, de una relación que nos hacía sentir bien. Se despierta la desconfianza en el otro y ya no podemos sentirnos acogidos por el, protegidos por él. En definitiva, malogramos la posibilidad real de tener una hermosa relación de amistad y convivencia con el otro, ahora convertido en "rival".

Aunque resulte deplorable, es así como reaccionamos una y otra vez, al entrar en el lío de los conflictos de intereses. Si la otra persona lleva o no razón carece de importancia. En el fondo ¡Qué más da! Nos hemos metido en un auténtico berenjenal lleno de espinas. Esa es la realidad. 

Para desactivar las controversias y molestias que acompañan, invariablemente, a las trifulcas, es necesario meditar. De la meditación regular bien realizada salen cambios notables en nuestra vida, todos ellos positivos. Además de practicar la meditación con regularidad, es muy aconsejable autoobservarnos durante el proceso conflictivo y, por tanto, ser conscientes de nuestros sentimientos, identificarlos y reconocerlos con claridad. ¿Qué es lo que de verdad estamos sintiendo? Ganas de defendernos tal vez, ira o deseo de luchar y atacar.

¿De qué sirve eso? ¿Cuál es el provecho? ¿Qué gano defendiendo, atacando, intentando derrotar a quien denomino "contrincante"? El resultado de todas estas luchas no se hace esperar: sufrimiento, malestar, estrés... Además, nos distanciamos del otro. En mi opinión, el remedio más eficaz para resolver el problema de las discusiones es soltar aferramientos. Se trata de una prioridad en estos casos: cuestionar a fondo el aferramiento al yo, a su orgullo y a sus intereses. No debemos permitir que los apegos profundos impulsen nuestras acciones.

También es útil mantener abierto en todo momento el diálogo constructivo con el mal llamado "rival" u "oponente". Un diálogo sin insultos, desprovisto de tono áspero o abrupto, un diálogo orientado a la consecución de pactos. Lo ideal es que reflexionemos de manera inteligente y con la cabeza fría acerca de las pendencias y cómo solucionarlas.

La desconfianza, como ya se ha señalado, es otro factor mental que aparece en las discusiones. Se piensa que la "parte contraria" concibe planes maliciosos, desea quitarnos algo que nos pertenece, quiere arrebatarnos derechos de forma abusiva o  plantea demandas a todas luces exageradas. Cómo antídoto contra la desconfianza recomiendo diálogo y más diálogo. Nunca cerrarse en banda a las conversaciones. Que haya siempre abierta y funcionando una "mesa de negociaciones", por así decir.

Ese diálogo fluido, que debe estar constantemente presente, además de disminuir el sentimiento de suspicacia y recelo, favorece el logro de la reconciliación. Y también propicia acuerdos satisfactorios para ambas partes, acuerdos que podrían punto y final a la contienda.

Caso de ser imposible el diálogo entre las dos personas o grupos en liza, sugiero buscar mediadores que les representen para llevar las negociaciones a buen puerto.

Insisto en la idea de que los conflictos y las diferencias se puedan resolver de manera civilizada de tal modo que no lleguen a producirse daños graves. Es importante que durante el proceso conflictivo las dos partes sean capaces de controlar sus nervios y mantener la calma, y sobre todo tener paciencia.

A modo de recapitulación, expongo una lista en este apartado con diversas medidas útiles, unas ya comentadas y otras no, que contribuirán a solucionar los conflictos.

1. Renunciar a la lucha o la pelea, en favor de otros medios.

2. No adoptar posturas radicales. Ser flexible.

3. Diálogo y más diálogo.

4. Realizar gestos de buena voluntad.

5. Ceder en algo.

6. No insultar, no culpar, no reprochar.

7. Evitar el "tono duro o áspero".

8. En vez de eso, adoptar un "tono conciliador".

9. Expresar al otro como nos sentimos

10. Decir claramente (pero con educación) a la otra parte que es lo que queremos

11. Si los hay, reconocer con humildad nuestros errores e ideas distorsionadas

12. Cuestionar el apego al yo, al orgullo

13. Evitar intereses egoístas

14. Perdonar

15. No dar tanta importancia a nuestros intereses

16. No es tan importante llevar o no razón

17. Enfocarse no hacia la pelea sino hacia soluciones y acuerdos

Podemos pelear, pero es la inteligencia lo que nos convierte en hombres. Evitemos pues la lucha y el enfrentamiento. En lugar de seguir nuestros instintos agresivos, usemos nuestras facultades más elevadas para resolver los conflictos. Al utilizar la inteligencia y el ingenio en situaciones de conflicto, nos alejamos de lo más primitivo de nuestro ser y empezamos a actuar como personas realmente civilizadas. La razón nos permitirá encontrar soluciones eficaces. La agresividad sólo genera más agresividad.

Para terminar, unas últimas palabras. Naturalmente, si fuera posible, lo mejor sería evitar la hostilidad y los "choques entre egos" antes de que surjan, con espíritu previsor. Si ya hemos entrado en una disputa con alguien, entonces utilizar la meditación, es decir, la reflexión y simultáneamente la autoobservación.

Seamos conscientes de qué estamos pensando y sintiendo, momento a momento, durante el proceso en el que se desarrolla el conflicto. Finalmente servirá de ayuda para resolver conflictos el dar una gran importancia al diálogo, no insultar ni culpar al otro, adoptar un tono conciliador y enfocarnos en positivo hacia las soluciones.




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